Los animales y la naturaleza son poca cosa para el hombre cuando el hombre es poca cosa.
Querer y respetar la vida es un privilegio de personas educadas, porque labrar el amor requiere esfuerzo e inteligencia.
Los amantes de los perros, los que estamos persuadidos de que los animales tienen derechos, nos debatimos en un mar de aguas encrespadas por vencer la indiferencia y la crueldad, patrones sempiternos del trato que el hombre les provee.
La grandeza de un hombre –la tuya o la mía, si acaso podemos aspirar a alguna- está en ser bondadoso pudiendo ser malo, porque ser bueno cuando se está acorralado o no se tiene posibilidad de escoger, no tiene mérito. Ser piadoso con los seres física o intelectualmente inferiores es un imperativo moral para el superior, si no, no es superior. Es, al contrario, un esperpento de arrogancia que pone a su especie, porque sí, por encima de las demás que habitan el planeta.
Es ilógico e inmoral, es vergonzoso para nuestra especie que siendo el perro el mejor amigo del hombre, sea el hombre el peor amigo del perro.
La mayoría de los hombres torturan por crueldad, por indiferencia, por ignorancia, por estupidez o por sádico placer a casi todos los perros del mundo. Ninguna de estas actitudes son adornos para quienes las ejercen. Suelen decir “al fin y al cabo es sólo un animal”, expresión irreflexiva y rastrera con la que descartan sin ver las cualidades del “sólo un animal”, y les niegan derechos.
En estos tiempos difíciles para la bondad y para el optimismo, tiempos de corazones avariciosos y espíritus devastados, suelen decirme que es pueril hablar de perros que sufren.
"¿Por qué te preocupa el bienestar de los perros si hay tantos niños hambrientos?”, es algo que escucho y escuchamos todos los defensores de animales, cada día.
Se pretende que son dos problemas diferentes, uno los niños, otro los perros. Yo creo que es un solo problema que se reduce a la crisis del hombre y de los tiempos que vivimos. El planeta da alimento para el niño y para el perro, pero no lo lleva a sus bocas. Son sus padres y sus amos, sus gobernantes y sus pastores, sus líderes y sus ilusionistas los que hacen mal reparto de los bienes y de la justicia.
No sólo los perros y los niños necesitan ayuda y amor. Hay ancianos, seres hambrientos, individuos enfermos, hombres tristes, solitarios, encarcelados o adictos a las drogas que mendigan su cuota de solidaridad. Y no es quitarle alimento a los perros para darle a otros desamparados la solución milagrosa para todos los males. Nada se va a solucionar en el mundo del egoísmo y la perversidad mientras la conciencia de la humanidad no camine hacia otros rumbos.
Nunca vi a un perro deambulando por las calles buscando a quién morder, nunca vi a un león trasladándose desde la selva a quitarle la vida a un ser humano de la ciudad, o a un toro buscando la plaza y a un sujeto vestido “de luces” para embestirlo. Es el hombre el que apalea al perro, lo amarra con cadenas, lo aísla y le niega el agua, y después le dice “perro asesino” cuando el animal reacciona defendiéndose.
La insobornable fidelidad del perro, que no conoce el más fiel de los hombres, paga demasiado caro el mendrugo de amor que a veces recibe.
Los perros aúllan su pena eterna, mientras los hombres torpes hacen eterna la pena de vivir en la oscuridad. Pareciera que se levantan cada mañana a buscar bienes, bienestar, recursos, pero todo lo estropean. Han cambiado el amor por el dinero y el buen nombre por el éxito. No respetan al río, al árbol, al perro, al vecino, al amigo, y alguna que otra vez dicen que no comprenden por qué no hay justicia, por qué no hay paz.
Desdichados perros. Desdichada humanidad.
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